Por: Verónica G. Aceves Peredo
“Sin mujer la vida es pura prosa”
Rubén Darío.
Rubén Darío.
Si analizamos el papel femenino a través de la historia, en todos los ámbitos de la vida encontraremos muchos cambios, pero posiblemente lo que se ha conservado a lo largo del tiempo, es su importante participación en la vida espiritual.
En la antigüedad, cuando aún no existía la figura del matrimonio, y al no conocerse la participación del hombre en la gestación de un nuevo ser, la palabra padre no existía y por lo tanto la relación era vertical entre madre e hijos, siendo por tanto la mujer la única figura con la potestad de trasmitir a los hijos, todo lo necesario para su sobrevivencia, pero por supuesto también todo lo referente al ámbito espiritual, sea lo que sea, que en ese tiempo se considerara como manifestación de espiritualidad: el cosmos, la naturaleza, los fenómenos climatológicos, etc.
La Humanidad era en aquella época tan diferente que su mismo nombre se traduciría por el de "Feminidad".
La feminidad, habla de maternidad, formas, sensibilidad, dulzura y suavidad, pero principalmente de la capacidad creadora y transformadora de la mujer.
La fecundidad de la mujer estaba ligada a la de la tierra, y era parte importante de todo los ritos de la agricultura que constituían un monopolio femenino, tanto material como espiritual.
En la Biblia y en los escritos sagrados de todas las religiones la figura femenina tiene una especial connotación al representar la cercanía de La criatura y su Creador:
- El símbolo materno es una figura que indica más claramente la inmanencia de Dios, es decir, la intimidad, entre Dios y su criatura. (cf.. # 239 del CIC).
Así pues, en Dios se refleja lo mejor de lo que consideramos las cualidades femeninas y masculinas, porque Dios es la plenitud de lo humano y de todo lo que existe.
Diversos libros de la Biblia nos muestran cómo de la misma boca de Dios salen imágenes que le describen con estas cualidades:
- Mucho tiempo callé, estuve en silencio, me contuve; mas como mujer en parto gemiré, suspiraré y jadearé a la vez... (Is 42, 14).
- Como cuando consuela una madre, así les consolaré yo a ustedes. (Is 66, 13).
- ¿Quién cerró con puertas el mar cuando, impetuoso, salía del seno, dándole yo las nubes por mantillas, y los densos nublados por pañales? (Job 38, 8-9).
También encontramos imágenes de Dios y de Jesús asemejándose a lo femenino de otros seres vivos:
- Como el águila que incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos... así extendió sus alas y los tomó y los llevó sobre sus plumas. (Dt 32, 11-12).
- Me echaré sobre ellos como osa privada de sus críos. (Os 13, 8ª).
- ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a quienes te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste!. (Mt 23, 37).
El pueblo también se refiere a su relación con Dios desde imágenes de criatura con su Madre:
- Como niño destetado de su madre, como niño destetado está mi alma. (Sal 131).
Las imágenes femeninas de Dios nos dejan claro también que lo femenino no es lo mismo que debilidad y fragilidad, ó solamente ternura y compasión, sino que refleja la fuerza de la Roca, la firmeza de la justicia, la solidez de la fidelidad, la claridad de la rectitud.
Dios es amor; y cuando expresa su amor hacia nosotros se vuelve femenino... en su inefable esencia es Padre; en su compasión hacia nosotros se vuelve Madre. El Padre amando se vuelve femenino. Es entonces la mujer sinónimo de amor?
Las cualidades femeninas son: tranquilidad, compasión inagotable, energía, irresistible pasión, voluntad aplastante. Belleza, armonía, ritmo, gracia cautivadora, conocimiento interno, trabajo cuidadoso, perfección tranquila y precisa en todas las cosas.
Sin embargo, en años pasados de la Edad Moderna, esto se olvidó y casi se perdió. Pero en esta nueva era de Luz, el papel de la mujer nos puede llevar al reencuentro con la conciencia divina, con la unidad en el espíritu, para liberarnos de la fragmentación, la dualidad y la pugna de la diferenciación, para ingresar en el ser, en nuestra verdadera esencia.