Dice una canción:
…”y como perdonar es don Divino,
que te perdone Dios, y yo te olvido”…
Manny Manuel
(en este momento)
Como dice el dicho popular, “El que se enoja pierde”
¿Y esto que tiene que ver con el perdón?
El enojo nos arrastra, lo que te hace daño te convierte en su prisionero y esclavo.
¿Hasta dónde somos capaces de contener y soportar un grito, una rabieta o el miedo a lastimar o a que nos lastimen?
Aguantar no es fácil ni sencillo y todo está en el amor. En el amor que sentimos por nosotros mismos y hacia los demás.
Y en ocasiones lo más difícil de hacer para demostrar ese amor es perdonar, ya que no todas las veces lo queremos hacer o podemos hacer, ya sea por ego o por miedo, pero lo que debemos tener en claro es que el perdón es el inicio hacia nuestra libertad personal, emocional y espiritual.
Cada día debemos reflexionar sobre qué tan grande es nuestra responsabilidad en la vida o cual es la carga emotiva que lleva y almacena nuestra alma y espíritu, si lo analizamos conscientemente nos percataremos que siempre es mucha, tan solo la oportunidad de un día más de vida es ya una gran responsabilidad y además si sumamos todas las piedras que llevamos en nuestro costal de vida en forma de emociones negativas, rencores, frustraciones, enojos, etc., nos hace más pesada esa oportunidad de un día más.
¿Y qué pasaría si en lugar de llevar toda esa carga negativa, ofreciéramos el perdón a nosotros mismos y a los demás por todas las situaciones vividas y por nuestros arrebatos que nos llevaron al enojo, ya sean justificados o no?
¿No crees que nuestra marcha y camino serían más ligeros?
Sabemos bien, muy conscientemente que ofrecer el perdón ya sea a nosotros o a los otros que nos “han dañado” no es fácil, pero hay que ver lo positivo de lo negativo, quien nos dañó o molesto nos hizo reconocer una debilidad y nos obligó a realizar cambios en nuestra marcha de vida, es decir, nos fortaleció porque nos hizo ver que no solo existe un solo rumbo para caminar, que hay alternativas para todo y que en muchas de ellas debemos conciliar nuestras ideas y costumbres con las de quien nos rodea, el perdón es implícitamente una forma de negociación.
No es un signo de debilidad el perdonar, todo lo contrario, no hay mayor acto de fuerza y poder de quien es capaz de perdonar con la mayor humildad y honestidad, como un acto consciente para así liberarnos de todas esas cargas negativas que el rencor nos genera.
El que perdona avanza en su evolución como Ser de Luz.
La humillación, el desprecio, la falta de amor o la sobreprotección hacia quien amamos o nos interesa, son actos tóxicos, que llevan una gran carga de inseguridad y miedo en nuestro ser y es algo que nos impiden avanzar en libertad como personas conscientes y maduras.
¿Cómo podemos perdonar a quien nos ofreció amor de una forma ventajosa y egoísta?
Hay amores ya sean filiales o de pareja que manipulan, que vulneran nuestros derechos a ser, que hieren profundamente nuestras emociones, que aprisionan nuestra voluntad y derecho a la felicidad, convirtiéndola en una hoja seca al viento que se puede desechar.
¿Debemos y podemos perdonar estos comportamientos?
Los analistas nos señalan que la acción de “perdonar” es el primer acto de superación, es la forma más simple y sana de romper un vínculo y círculo de sufrimientos.
No es tan simple, porque en esas acciones se guardan muchas emociones tóxicas y negativas: odios, desprecios, frustración. La frustración siempre busca culpables fuera de nosotros y los odios, esclavizan nuestro corazón.
El perdonar tiene como objetivo primario el cortar el nudo emocional y emotivo con nuestros agresores, con nuestros vulneradores de derechos, con nuestros maestros de infelicidad, ya sean personas o acciones que nosotros mismos generamos para justificar nuestros actos que consideramos erróneos o equivocados. Recordemos que el sentimiento de culpa es el mayor daño que nos podemos hacer de forma consciente o inconsciente.
Hay que visualizar el perdón no como una claudicación, o como una humillación o aceptación de daños recibidos, sino como el terminar y concluir con una obscuridad, como encender una vela y dejar ir las emociones negativas, como cuando se nos revienta el hilo del cometa que estamos volando muy alto y se escapa de nuestras manos.
Así, todo lo negativo y lo que nos lastima se ha ido y por simple razón lo que no está no debe ni puede dañarnos.
El perdón invariablemente nos libera, es un ejercicio noble, voluntario donde no debe haber ni fuerza ni violencia.
Donde no hay odios, hay tolerancia, hay amor. Y esto pasa si perdonamos con nobleza sin desear nada malo.
Y ese perdón será el mayor acto de libertad que pueda tener nuestra alma y espíritu, porque hemos roto cadenas mediante el más simple y noble de los actos que el ser humano es capaz de realizar.
Esto nos lleva a la imperiosa necesidad de perdonarse a uno mismo.
Si es de gran importancia perdonar a los demás, cuán grande es perdonarse a uno mismo.
El perdonarnos es un ejercicio que sana nuestro propio sufrimiento, que a veces no queremos reconocer, el no querer verlo es como tener vendados los ojos y un gran grillete en el corazón y que de todas formas sabemos que ahí está, dejemos de sufrir.
Es posible que nos sigamos culpando por errores del pasado, por actos realizados por omisión o acción deliberada, por haber dejado ir a quien queríamos que estuviera a nuestro lado, ya sea familia, amigos o pareja, por haber hecho daño a alguien, quien quiera que fuere y que no lo mereciera.
Lo primero que debemos hacer para perdonarnos, es reconocer esa carga emocional, ese enojo cotidiano, ese suspiro que no tiene consuelo y que siempre justificamos de diferentes formas y que solo acrecienta nuestros pesares, esos que solo nosotros sabemos.
Lo segundo es aceptar nuestra responsabilidad y después, perdonarnos.
Hacer lo posible por enmendar ese error o ese daño es el tercer paso.
Pero empezar por perdonarnos para liberar cargas, es el mejor modo en que podemos avanzar y obtener más conciencia y fortaleza de espíritu.
El auto perdón busca romper ataduras internas y evitar sobre todo, llevar a cuestas todo el peso del mundo, porque en ocasiones, también nos responsabilizamos de cargas o errores ajenos.
No somos culpables ni responsables de los actos realizados por nuestra pareja, amigos o alguien de nuestra familia. En ocasiones, la vida nos marca circunstancias y como tal debemos enfrentarlas con consciencia y entereza.
Quien sufre remordimientos es que carga demasiadas culpas, demasiados pesos.
Hay que despojarnos de ellos, con responsabilidad, afrontarlos, solucionarlos, perdonar y autoperdonarnos. Esto nos permitirá avanzar de un modo más ligero.
El perdón es una forma de liberación íntima y personal, es ahí donde reside la importancia de perdonarse a uno mismo.
Vivir una vida simple, libre del vínculo del rencor o del resentimiento, nos da la tranquilidad y calma para caminar seguros, firmes y felices, sin ese peso de más a nuestras espaldas.
Para poder vivir en armonía y para poder tener una salud integral (materia, alma y espíritu), tenemos que eliminar de nuestra mente la rabia, el enojo y la frustración.
Y esto solo se logra con el Perdón, el acto más incondicional del amor.
Una vez que hemos perdonado pero sobre todo nos hemos perdonado a nosotros mismos, podremos decretar:
“Yo Soy la Luz”
“Yo Soy la Paz”
“Yo Soy el Amor”
Arturo Maldonado M.
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