Disculparse no siempre significa que tú estás equivocado y que la otra persona está en lo correcto.
Simplemente significa que valoras más tu relación que tu ego.
Anónimo
Sabemos de sobra que la felicidad está y depende de nosotros. Para alcanzarla debemos de partir de un diálogo interno que sea honesto y claro, pero antes que todo, nos debemos despojar y o controlar nuestro ego.
El ego se alimenta de tres necesidades: juzgar, controlar y aceptación.
Si renunciamos o aprendemos a manejar a estas tres necesidades, estamos en el camino de saber manejar y controlar a nuestro ego. En la medida de que tengamos consciencia de ellas, de identificarlas cuando surgen, estaremos en la ruta de ser felices.
La experiencia y el aprendizaje de vida acumulada en ocasiones nos hace ver de manera sencilla los retos a los que cotidianamente nos enfrentamos, esto si lo comparamos con otras personas de nuestro alrededor nos hace por momentos sentirnos superiores, juzgamos desde nuestra postura sin analizar las condiciones, herramientas o evolución de ellos, damos consejos, impartimos cátedra de cómo solucionar las cosas y hasta no enfadamos porque no adoptan nuestras medidas, esto es ego.
El intervenir en acciones que no son de nuestro interés, es querer tener el control de todo. De forma continua consciente o inconscientemente intervenimos en procesos ajenos a nosotros, inclusive descuidando los propios y todo por demostrar nuestra “superior” capacidad de vida, y si erramos en los juicios, buscamos pretextos para justificar, todo lo hacemos es por tener una aceptación y una calificación ante los demás.
Sabemos (con consciencia) que somos únicos e irrepetibles, pero cuando estamos montados en el ego, creemos que somos irremplazables y esto solo es consecuencia de una ecuación interna que en ocasiones es violenta y agresiva para nosotros y los demás que nos rodean: el miedo más la ambición.
Es el miedo a no ser “valorados o escuchados” por nuestras acciones, pero el valor no se da por decreto, se gana con acciones, con hechos. El ser solidarios y compasivos es entrar en una dinámica propia del ser humano, razonablemente “humano”, lo que sucede a nuestro alrededor nos debería conmover de forma positiva o negativa según nuestro grado de evolución y del trabajo interno realizado, el que manifestemos abiertamente nuestra conmoción debe ser un acto de acuerdo a las circunstancias, sin estridencia para llamar la atención o buscar los reflectores sobre nosotros.
El opuesto al ego es la humildad, pero en ocasiones una humildad excesiva es solo el disfraz de un ego excesivo, manifestado desde la postura de ser hasta la víctima de las circunstancias (ejemplo: soy muy infeliz, pero véanme, aquí sigo estando de pie), nada como el tan mencionado equilibrio, nada es blanco absoluto ni negro absoluto, hay muchos grises entre ambos colores.
Y la ambición (¡otra vez lo mismo!) de controlar todo y a todos a tu alrededor. El creer que siempre tenemos la razón o que nuestra verdad es la absoluta no es más que ser avaros con las capacidades, pensamientos, emociones y sentimientos de los demás. Cuando nos confrontamos a alguien que tiene mayor sabiduría, consciencia, experiencia o amor, en una lucha de egos, siempre saldremos lastimados y no por el otro, sino por nosotros mismos, el castigador del ego es el ego mismo, de ahí que cuando ambicionamos y tenemos miedo de perder el control, nos tornamos en agresivos, con actitudes, sarcasmos, indiferencias, etc, solo es señal de una autoestima baja y dañada.
Esta agresividad, nos lleva a la intolerancia e impaciencia, a aislarnos de los demás por no poner en evidencia nuestra inseguridad y miedo, de ahí que nuestro ego es nuestro propio verdugo.
Un ego bien acomodado, entendido, manejado y consciente nos lleva a ser orgullosos de nosotros mismos, a estar conformes con quien somos y no ambicionar de forma negativa los logro o evolución de los demás, este ego acomodado nos da la motivación de ser mejores, sin competir con nadie más que con nuestros propios límites, inseguridades y temores.
El ego es el principal ingrediente que hace que se terminen nuestras relaciones de cualquier tipo, ya que nos hace querer tener siempre la razón, cuando lo más sano es aprender a negociar, a ceder de manera clara y honesta, con consciencia de saber que el amor y el respeto se ganan con humildad y con el orgullo de mostrar quien somos de verdad en todas nuestras interactuaciones del tipo que sea y más en las personales, el no hacerlo nos lleva invariablemente a sufrir, a estar solos aunque estemos en compañía de alguien y cuando esto sucede, invariablemente llegamos a un estado de codependencia, es decir la necesidad de sentirse necesitado.
Hay tantas cosas que decir acerca del ego como estrellas en el cielo hay y quererlas decir todas es egotico, solo recordemos, que no somos ni el primero ni el último de la fila y en ese contexto, veámonos al espejo y descubramos quien somos en realidad, sin prejuicios, sin juzgar, veámonos con amor y encontraremos al ser que desea ser mejor cada día, sin lastimarse ni lastimar a nadie, en un proceso de aprendizaje continuo, integral y sano o como se dice ahora, de forma orgánica, aplicando el axioma con el que la ecología se define: “comprender las consecuencias de nuestros actos”.
El uso constante de una gema ágata, de preferencia color azul obscuro o una turmalina, ya sea en dijes, pulseras o incluso dentro de la bolsa de mano o del pantalón, no ayuda a tener más claro quien somos sin necesidad de competir con los egos que nos rodean, pero principalmente con el nuestro.
El ágata es una gema que nos ayuda a tener una aceptación emocional y al equilibrio físico, además de que potencializa el trabajo de otro tipo de gemas. La turmalina ayuda a disolver los temores, la negatividad, tristeza, calma las compulsiones y ayuda también a equilibrar las relaciones. Y como ejercicio diario, el observarnos conscientemente al espejo para identificarnos plenamente, aceptarnos como somos, con nuestro defectos y virtudes y que somos únicos, alejara al tirano interno del ego, haciéndonos sentir orgullosos de quien somos.
Dejemos al ego de lado y dejemos que no llene el orgullo de saber de quién somos.
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